En TikTok, millones de mujeres explican la lógica detrás de sus decisiones cotidianas con una sonrisa cómplice: si compré con la tarjeta de regalo, es gratis; si lo pagué en efectivo, no cuenta; si cancelé un plan, gané plata. Lo llaman girl math. A veces la cuenta sigue con girl dinner (un plato de queso y galletitas al azar) o girl core (la estética de lo que te hace sentir “main character”). Todo cabe en ese diminutivo, tan cariñoso: girl.
El término no nació en TikTok, pero allí encontró su versión más consumible. Lo que antes era un gesto de autoironía —una forma de decir “yo también hago esto”— terminó transformándose en categoría cultural. Hay girl walks, girl jobs, girl habits. Es un universo que convierte la experiencia femenina en una especie de comedia de enredos amable, una fórmula con luces cálidas y soundtrack pegadizo.
En el fondo, girl math no habla de economía sino de culpa. Es la manera de reírse del cálculo que toda mujer aprende a hacer desde temprano: cuánto valgo si gasto, si deseo, si descanso, si me excedo. El humor es alivio, pero también trampa: si te reís de vos misma antes de que lo hagan los demás, el golpe duele menos.
Espejos
Virginia Woolf escribió en Una habitación propia que “las mujeres han servido durante siglos de espejos que reflejan al hombre con el doble de su tamaño real”. Hoy, quizás, esos espejos se multiplicaron en pantallas donde las mujeres también se reflejan entre sí. Pero la función a veces se repite: sostener una imagen, confirmar lo que se espera ver. Girl math no es una conspiración patriarcal ni una amenaza ideológica; es apenas un reflejo de cómo incluso la autoexpresión puede terminar hablándonos en el idioma del algoritmo.
Hay algo en la cultura actual que convierte todo en identidad. Comer queso a medianoche es girl dinner; ponerse protector solar es clean girl aesthetic; leer sola en un bar es sad girl energy. No se trata de etiquetas nuevas sino de una vieja costumbre: traducir lo femenino a una serie de gestos inofensivos, domesticados. La mujer se vuelve una versión caricaturesca de sí misma, una idea fácil de vender.
Un estudio revela las diferencias en la salud mental de hombres y mujeres frente al estrés“Las mujeres no saben lo que quieren”, dice un personaje masculino en Cuando Harry conoció a Sally. La película se estrenó en 1989, pero la frase sigue dando vueltas, ahora remixada en videos de 15 segundos. Tal vez las girls sí saben lo que quieren, pero el sistema necesita recordarlas como indecisas: es más rentable así. Una mujer que duda compra más, postea más, explica más. Y lo hace con humor, porque el humor la salva de parecer intensa.
No hay nada malo en la ironía; el problema es cuando se convierte en único registro posible. Cuando la risa deja de ser defensa y se vuelve una forma de obediencia estética. En ese punto, las girls dejan de hablar para empezar a representar.
Pero no hay que ser cínicos: los virales también son lugares de encuentro. En la risa compartida se filtra algo de verdad. Hay un hilo de ternura entre esas mujeres que justifican un café caro con la frase “me lo merezco”. Quizás lo que se está diciendo detrás de cada video no es una tontería sobre números, sino un deseo de medir el mundo con otras reglas, una economía emocional en la que el disfrute tenga valor propio.
El riesgo es que la simplificación se vuelva espejo permanente. Si todo lo femenino se nombra como girl, si toda contradicción se transforma en tendencia, si toda vulnerabilidad se traduce en estética, el resultado es un retrato plano de la complejidad. Y eso, paradójicamente, no libera sino que empobrece.
La cultura pop aprendió hace tiempo que es más fácil vender emancipación que incomodidad. Entonces empaqueta la libertad en versiones reproducibles: la girl boss del 2010, la hot mess del 2020, la cool girl de siempre. Cambia el nombre, se actualiza el filtro, pero la premisa es la misma: la mujer sigue siendo personaje antes que persona.
Mujeres que marcan el camino de la sostenibilidad en ArgentinaEn Lost in Translation (Perdidos en Tokio), Sofia Coppola filmó a Scarlett Johansson mirando por la ventana de un hotel en Tokio, sin decir nada. Era una escena mínima, pero bastó para mostrar algo que las tendencias no pueden capturar: el silencio, la pausa, el pensamiento. Tal vez la adultez —esa palabra que el prefijo girl disfraza— tenga que ver con eso: con poder quedarse quieta un rato sin explicarse, sin subtítulos, sin hashtag.
No hay una conclusión moral para esto. Ni una denuncia ni una defensa. Solo la constatación de que incluso las modas que parecen inofensivas dicen algo de cómo miramos a las mujeres y cómo ellas, a su vez, aprenden a mirarse. El humor seguirá siendo refugio, pero conviene recordar que toda risa también encierra una pregunta: ¿de qué nos reímos cuando nos reímos de nosotras mismas?